Con ascendencia hispano-alemana por parte de madre, e irlandesa por parte de padre, Neil Harbisson nació en Londres, y lo hizo trayendo consigo una peculiar patología: acromatopsia o monocromatismo, por lo que, en sus propias palabras “vivía en una escala de grises”.
Neil Harbisson no puede ver los colores. Así comenzó su historia en la conferencia Lunch & Learn de Espacio C4 el artista contemporáneo y activista, convertido en el primer hombre en la historia que tiene una antena implantada en el cerebro.
“Yo no uso tecnología, soy tecnología”, afirmó Harbisson al inicio de su conferencia, y explicó como “Cíborg viene de la unión de dos palabras: cibernética y organismo. Yo soy una unión entre las dos cosas. En definitiva yo soy tecnología”, recalcó Harbisson.
Este activista se ha convertido en la primera persona a la que un gobierno reconoce como cíborg. Su implante le permite ver en infrarrojos, recibir imágenes y llamadas, y disfrutar de conexión a internet. Ahora, tiene fundación propia que se llama Cyborg Fundation y lucha por el cyborguismo y el transhumanismo, y ayuda a aquellos que quieren seguir este camino.
Sentir la música de cada plato
“Ahora escucho a Goya y a Dalí, puedo pintar los discursos y sentir la música de cada plato de comida” explicó Neil, que de hecho, ha formado parte de un proyecto con el chef español Jordi Roca para hacer sonar la comida. “Si una ensalada sonara como una canción de Lady Gaga, a lo mejor los adolescentes comerían más verduras”, añadió divertido.
Desde niño, Harbisson mostró fascinación por el mundo del sonido y por el arte musical, por lo que estudió piano e hizo el bachillerato artístico. También manifestó interés por la pintura, aunque en sus primeras obras solo empleaba el blanco y el negro.
Con once años ya componía sus primeras canciones para piano, y con dieciséis empezó a estudiar Bellas Artes en el Instituto Alexandre Satorras. A los diecinueve se trasladó a Inglaterra para profundizar en su formación en la Dartington College of Arts.
Así nació el activista cíborg
En 2003, Neil Harbisson acudió a una charla sobre cibernética a cargo de Adam Montandon, al que le sugirió colaborar para ayudarle a ver la vida en color. Su idea era traducir las frecuencias de sonido a las de colores gracias a un sensor.
Para lograrlo, Harbisson se aprendió de memoria cada sonido asociado a cada color. El proyecto fue galardonado con los premios Submerge a la Innovación, en Bristol (Inglaterra); y un EuroPrix MultiMediaArt, en Viena (Austria), ambos en 2004, y fue mejorado por los desarrolladores Peter Kese y Matias Lizana.
Sin embargo, su implantación fue desarrollada por un comité de bioética. Pero él no pensaba renunciar a su sueño de dejar de vivir en un mundo en blanco y negro. Con la ayuda clandestina de médicos, que han permanecido en el anonimato, consiguió su implante, el eyeborg y, por primera vez, lo vio todo de otro color.
Con la antena recién implantada, Neil tuvo que luchar para que el gobierno británico aceptase que esta formaba parte de su cuerpo, de cara a la renovación de su pasaporte en el que el eyeborg aparecería, inevitablemente, en la foto.
Así fue como se convirtió en el primer cyborg reconocido del mundo. Y, desde entonces, no ha dejado de luchar por el “cyborguismo”, y de promover el transhumanismo en diversas apariciones y charlas, así como con la creación de la Fundación Cyborg.
Aplicaciones de la cibernética
“La cibernética nos puede ayudar a todos a percibir lo que no podemos percibir”, declaró durante su conferencia. “En esta década vamos a dejar de usar la tecnología como una herramienta y la vamos a utilizar como parte del cuerpo”, agregó.
“El hecho de convertirnos en cíborg nos vuelve más humanos”, afirmó y aseguró que “todos los humanos estamos en transición de convertirnos en cíborg”.
Sobre su propio caso explicó que “quería crear un nuevo sentido para el color, que no usase los ojos. Un órgano nuevo”. “La comida no solamente es gusto, también tiene que ver con cómo se ve y, en mi caso, también con cómo se oye”, explicó.
En definitiva, para el hombre cíborg los sentidos no tienen por qué separarse: gracias a su antena, el sonido permite captar colores, navegar por internet Y saborear comida con gusto a música.